viernes, 4 de enero de 2013

LA FRAGILIDAD DE LOS CUERPOS, DE SERGIO OLGUÍN


El último libro del periodista, editado por Tusquets hace unos pocos meses, es uno de los recomendados por esta página.


En el intento por recomendar materiales literarios que hacemos desde Libros y Pelotas, buscamos que los lectores puedan encontrar apenas una opinión o algo que los decida por un libro determinado. Si lo que escribimos ayuda a elegir algo para leer, nos alegramos.

Y si de ayudar en una elección se trata, cuando pasen por una librería y caminen entre tanto para elegir, tengan en cuenta La Fragilidad de los cuerpos, de Sergio Olguín, editado por Tusquets. Pueden leer un anticipo haciendo clic acá. Es una muy buena historia, de esas que uno empieza a leer y no quiere abandonar. Desfilan personajes muy diversos: desde la protagonista –Verónica, una periodista de clase alta, muy cool- a un grupo de pibes pobres que se juegan literalmente la vida por unos pesos, en un juego tan peligroso como perverso. Hay también un cura que no sabe qué hacer con su vida y que terminará buscando alguna que otra respuesta en las condiciones menos indicadas. Y no faltan el muchacho honesto que la pasa mal ni los tipos sin escrúpulos. Tampoco hay que olvidar al amante de la protagonista, un conductor de trenes que lucha todo el tiempo con los fantasmas que desde las vías saltaron a su cabeza y que no se irán jamás. Para conocer a cada uno de ellos, pueden clickear acá.

Lucio, el tipo del que se terminará enamorando Verónica, resume a mitad de camino parte del concepto de la historia: “Cuando ves a un tipo que se pone en la vía no podés sacarle los ojos. Siempre me digo que la próxima vez voy a cerrarlos, no quiero volver a ver el estallido pero no puedo. El suicida te agarra de los ojos y no te suelta”, dice. Porque la historia gira en base a eso: a pibes que compiten por cien pesos si le ganan a su contrincante en la carrera por aguantar más tiempo parados en la vía antes de que los atropelle el tren. Muchos de ellos no salen con vida y son los propios maquinistas quienes cargan con aquellos segundos en que el suicidio de unos se transforma en la culpa de los otros.

Ya desde el inicio, con un suicidio, la historia se torna espectacular. Alguien que no aguanta más la responsabilidad de haber matado decide poner fin a su vida cuando va, justamente, a ver al psicólogo que le paga la empresa ferroviaria. Luego, el recambio de los personajes hace que el lector vaya conociendo a cada uno de ellos en detalles. Porque si algo tiene este libro policial de Olguín es que se describe lujosamente qué siente, qué piensa y qué hace cada uno de ellos. Esas descripciones son las que permiten que uno crea que los conoce al pie de la letra.

El estilo periodístico con el que transcurre el relato es otra cuestión a tener en cuenta. Estamos frente a una historia en la que por momentos el autor da, en boca de los personajes, lecciones de periodismo. “Imaginarse algo no es saberlo. Principio básico que no se enseña en las escuelas de periodismo”, dice la directora de la revista en la que trabaja Verónica. Ese concepto, bien podría aplicarse a tanto periodista que hoy en día escribe o comunica sin chequear fuentes y que cree que con la imaginación se puede contar la realidad. Así, hay varios pequeños conceptos interesantes para tener en cuenta al momento de analizar a esta profesión. Por eso, La Fragilidad de los cuerpos es, además de una gran novela, un libro para periodistas.

Más allá de esa división –tal vez insignificante, al fin de cuentas- lo mejor de esta historia pasa por la forma en que se cuenta y por los hechos en sí. Porque el relato logra que uno sienta impotencia de que haya pibes a los que se somete a tanto maltrato, coartándoles el derecho a la infancia. Uno siente bronca de saber que hay adultos capaces de cualquier cosa con tal de juntar unos pesos sucios. Y cuando se escribe “cualquier cosa” significa lo más sucio, inhumano, que se pueda imaginar.

Después las cosas tal vez se acomoden. O a lo mejor no terminen jamás por acomodarse. Para eso habrá que llegar al final de un largo recorrido literario que por momentos deja sin aliento.

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