“Lo que acabas recordando no es
siempre lo mismo que lo que has presenciado”. A las pocas líneas de haber
empezado, esta es unas de las primeras ideas que lanza el autor en este libro que
contiene una historia de esas que pueden leerse mansamente, si es que vale la
apreciación. Es que “El sentido de un final” (Ediatorial Anagrama), de Julian Barnes,
es ideal para leerlo con una lapicera en la mano. Ocurre que desfilan en sus
menos de 200 páginas personajes que entran y salen, pero que siempre están. Aún
en su ausencia.
El relato tiene como eje la vida
de Tony Webster, un ciudadano con una vida normal, aunque salpicada por
episodios duros, como los tiene todo el mundo. Entre ellos, se destaca el
suicidio de un ex compañero de colegio, quien además era el geniecillo de un
grupo de amigos que se sentía subyugado por él. Pero Adrián, el chico en cuestión,
antes de suicidarse había estado en pareja con Verónica, una joven tan
misteriosa como su familia, a la que Tony había tenido como pseudo pareja poco antes.
Los recelos y hasta la sensación de traición precipitaron los hechos y los
odios siguientes.
Tony no olvidará nunca aquel
episodio. Los años no enterraron aquello sobre lo que él volvió a machacar cuando
le llega una herencia y una carta que aspira a describir los hechos tal cual
fueron. Pero al protagonista le falta la llave para entrar a ese mundo de realidad.
Mientras intenta descubrir el pasado, su ex esposa se afianza como su
confidente. Después será Verónica quien volverá del pasado. Y cuando se llega
al final, todo se precipita hasta dejarnos con la boca abierta: nadie espera
que pase lo que pasa. Así, se queda el lector también con varias preguntas en
el tintero.
“La historia son las mentiras de
los vencedores”, le había contestado Webster a su profesor, en un tono algo
sobrador, al comienzo de este libro. “Sí, ya me temía que dijeras eso. Bien,
siempre que recuerdes que es también los autoengaños de los derrotados, es la
respuesta de su profesor. Respuestas que el protagonista recordará por siempre.
Así es cómo desfila el lector a través de un relato prolijo, que se convierte
en un grato placer.
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