(Por Alejandro Duchini, en
Twitter, @aleduchini)
A fines de 2011 me encargaron de la revista Nueva una nota con datos de color e históricos sobre la categoría. El fin de semana en que se publicó, terminaba otra temporada. A continuación, lo que escribí en ese momento.
A fines de 2011 me encargaron de la revista Nueva una nota con datos de color e históricos sobre la categoría. El fin de semana en que se publicó, terminaba otra temporada. A continuación, lo que escribí en ese momento.
“Todo empezó cuando yo era muy
chico. En aquellos años, en la década del 40, había más creatividad entre
nosotros por la ausencia de juguetes. ¿Qué hacíamos entonces? Armábamos las
cupecitas de los ídolos del TC, pero en miniatura. Y de madera, bien pesadas.
Las atábamos a un piolín y largábamos un Gran Premio alrededor de una plaza.
Corríamos como locos. Así fue mi infancia, una época hermosa, ‘la patria a
donde querés volver’, como alguna vez dijo Antonio Carrizo. Tenía cinco años
cuando vi mi primera carrera. Me llevó mi padrino a Resistencia. No lo podía
creer. Todavía había autos con techo de lona (...) Nací escuchando las carreras
de TC, por onda larga. Esa voz de Luis Elías Sojit es inolvidable. Íbamos a la
escuela pensando en las carreras. Hablaban todos los ídolos, se me ponía la
piel de gallina. Yo era de llevar las revistas a la escuela y matarnos a las
cargadas con los hinchas de Ford y de Chevrolet”.
La anécdota, que simboliza un
sentimiento bien argentino como es el automovilismo deportivo, le pertenece al
humorista y actor Luis Landriscina. Fue publicada en el libro “Turismo
Carretera – 70 años – Historia de una pasión” (Editorial Planeta), de los periodistas Roberto
Berasategui y Mauro Feito. Fierreros se les llama a los seguidores de las carreras
de autos en nuestro país. Según Oscar Aventín, el titular de la ACTC (Asociación Corredores
de Turismo Carretera), son siete millones los argentinos que siguen esta
categoría que recorre el país y que este año llegó a su 69no. campeonato. En
apasionamiento, le da pelea al fútbol, otro deporte emblemático. Chevrolet,
Ford, Dodge y Torino son los autos que participan y dividen aguas. De estas
cuatro, los hinchas del “Chivo” y de Ford son los más folclóricos. Cada domingo
de competencia, colman tribunas con banderas, gorritos y cánticos. Se los
compara con River y Boca, pero sobre ruedas. Y no hay violencia.
Las carreras son en distintos
circuitos de todo el país. A cada uno de ellos –Capital Federal, Posadas, Río
Cuarto, Junín, etcétera- llega para cada prueba un ejército de autos con la
última tecnología, mecánicos, casas rodantes, camiones, dirigentes, pilotos,
promotoras con ropas insinuantes y periodistas. La evolución fue constante
desde el 5 de agosto de 1937, cuando se disputó la primera competición. Se
trató del Gran Premio Argentino. Se largó frente a la sede del ACA en Buenos
Aires con la presencia del presidente de la Nación, Agustín Justo. Se disputaron diez etapas,
se recorrieron 6.895
kilómetros por distintas provincias y terminó, diez días
después, en La Plata,
con el triunfo de Ángel Lo Valvo (Ford). Entonces debutó Oscar Gálvez, quien
con los años se convertiría en símbolo de esta actividad.
En aquellos tiempos los circuitos
eran ruteros y había que atravesar caminos de tierra, con el riesgo que
significaba. Los autos alcanzaban un promedio de 80 kilómetros por
hora, lejos de los 270 de máxima de los de ahora. Aquella pasión incipiente se
acrecentó con los años. Hoy sigue intacta: quedará demostrado el domingo 11,
cuando en el Autódromo Oscar y Juán Gálvez, en la Ciudad de Buenos Aires, se
dispute el último capítulo de la temporada 2011. Durante la jornada
determinante se espera que alrededor de 60 mil personas asistan a lo que cada
año es una fiesta.
Una pasión que se hereda
“La Pasión por el TC se
transmite de generación en generación y abarca a todas las edades, a familias
enteras y a gente de cualquier clase. Es algo que se hereda. Eso es indudable.
Es una categoría única que tiene seguidores en todo el país”, dice el piloto de
Chevrolet Matías Rossi, uno de los candidatos a quedarse con el título de este
año, en diálogo con Nueva. Nunca fue campeón en esta categoría. “Ganar es mi
objetivo, mi sueño cumplido”, dice.
Rossi es uno de los protagonistas
de estos tiempos. Tal vez con los años su nombre se agregue a la lista de otros
símbolos que manejaron autos de esta especialidad, como los hermanos Gálvez,
Juan Manuel Fangio, Froilán González, la familia Di Palma, Roberto Mouras,
Gastón Perkins, Juan María Traverso, Carlos Reutemann, Oscar Castellano,
Antonio Aventín y muchos, muchos más. Cualquier lista sería interminable.
Símbolo del automovilismo
deportivo de los años 90, Oscar “Cocho” López se destacó en el TC 2000. Pero
como todo piloto argentino que se precie de tal, también participó en el TC:
“Desde que nací, esta categoría es como el mate y el asado. Es una tradición
popular; fue y es el deporte argentino más federalista. Es popular por
tradición. De los abuelos pasa a los padres y de los padres a los hijos. Es un
deporte que se puede ir a ver con toda la familia. Encima, se hizo más grande
todavía gracias a la cantidad de ídolos que dio el automovilismo argentino en
todas sus épocas”. En la misma línea, Rossi opina: “Es indudable que el
sentimiento por el TC se hereda. Es la única categoría que reúne estas
características en todo el país”.
El Turismo Carretera cuenta con
un enorme reconocimiento internacional. Es la más antigua del mundo. El Náscar,
un clásico norteamericano, data de 1949 y la Fórmula 1, de 1950. El Indycar y el Rally son del
79; el TC 2000, de 1980. Ninguna ciudad del país queda inmune cuando es sede de
alguna carrera. En promedio, 50 mil personas asisten a cada prueba. La
gastronomía y el turismo tienen su fin de semana de gloria. La venta de
merchandising va tan rápido como los autos participantes. Se estima que hay
cerca de un millón de televidentes por domingo. Algunas veces, el rating trepó
a los 15 puntos, aunque promedia los 10. Cerca de cien personas trabajan para
la televisación. En cada transmisión se utilizan alrededor de 30 cámaras: casi
tantas como para un partido de fútbol de primera división; algo menos que en la F1, donde hay –mínimo- 40. Todo
esto se refleja en publicidad. Ninguna marca vinculada a la velocidad quiere
quedarse afuera del show.
Los famosos, seducidos
Exponentes de todos los estratos
sociales sucumbieron a los ruidos y encantos de sus motores. El ex líder de
Riff Norberto Pappo Napolitano frecuentaba los circuitos del TC. Hincha de
Chevrolet, se dio el gusto de competir en otras categorías. Cenaba con pilotos
y entre plato y plato construía anécdotas que aún hoy se recuerdan en ese
ambiente.
Gran jugador de fútbol, tenis,
golf, polo y billar, Carlos Menditegui brilló además en el Turismo Carretera.
De esta categoría, dijo: “En lo deportivo, fue lo que más quise, pero también
lo que más disgustos me dio”. Sus varios triunfos lo llevaron a la Fórmula 1. Dicen que era
un dandy, un playboy. Una vez se ausentó de los entrenamientos de la F1. En su equipo, Maserati,
todos estaban preocupados. Menos él, que se había ido a Costa Azul. Allí lo
esperaba Brigitte Bardot. Cuando lo desafectaron de la escudería por
indisciplina, contestó: “No era una oportunidad para desaprovechar, ¿no?”.
El vértigo también tentó a Palito
Ortega, quien no dudó en subirse al veloz Torino del Loco Rubén Luis Di Palma
en los años 70.
El boxeador Víctor Galíndez,
campeón mundial mediopesado, acompañó al piloto de Chevrolet Antonio Lizeviche,
en 1980. Su experiencia fue corta. El auto no pudo seguir por un desperfecto y
ellos prefirieron volverse caminando. Otro coche los embistió y los dos
murieron de manera instantánea.
Mirtha Legrand siempre supo de
lujos. Y en 1968 se anticipó a uno que hoy es una gran anécdota. Clienta de una
agencia de remises, varias veces tenía por chofer a Juan María Traverso,
entonces de 18 años. El Flaco se había comprado un Chevrolet 400 que lo
utilizaba para trabajar y juntar dinero para seguir corriendo. “Trabajaba en
una agencia de remises de Martínez y agarraba todos los turnos para juntar
plata. Y bueno, a Mirtha la llevaba dos o tres veces por semana”, contó quien
se convirtió en símbolo del automovilismo argentino.
Sandro amaba la música, pero
también la velocidad y la actuación. En 1971 protagonizó “Siempre te amaré”. Su
doble fue el corredor Carlos Pairetti. La película es recordada por una muy
bizarra escena de accidente para la que utilizaron autos de juguete. El final,
para las lágrimas.
Con el fútbol, gran sociedad
Tan popular como el TC, el
ambiente futbolístico también se asomó a la actividad. A Juan Manuel Fangio le
apodaron Chueco en sus tiempos de futbolista del Leandro N. Alem, de su ciudad
natal, Balcarce. Con los pantalones cortos se apreciaban las curvaturas de sus
piernas. A pesar de que desde 1936 se hizo piloto, siempre se las ingenió para
acercarse al mundo de la pelota. Entre otros testimonios, queda una foto en la
que posa, en 1941, con los jugadores Iácono, Benítez Cáceres, Vaghi, Moreno y
Pedernera.
Vicente Pernía fue un símbolo de
Boca pero su pasión también estaba sobre las cuatro ruedas. Alguna vez contó
que lo encaró a su técnico de 1978, Juan Carlos Lorenzo, y le pidió que si el
equipo era campeón mundial ante el Borussia lo dejara correr. A su regreso, no
se presentó ante Independiente para participar de la prueba de Olavaria. En
1997 fue subcampeón, detrás de Juan María Traverso.
Martín Palermo y Roberto
Abbondanzieri también expresan su pasión fierrera. No se quedan atrás Ubaldo
Matildo Fillol y Daniel Passarella, quien en más de una ocasión recordó con melancólica
alegría aquellas competencias que pasaban por Chacabuco cuando era pibe. Hernán
Crespo y Juan Sebastián Verón llegaron a apadrinar a un equipo, el W Racing.
Diego Maradona tuvo su bautismo
de fuego en un Ford manejado por Oscar Aventín. “Nunca olvidaré aquellas
vueltas. Me pegué un susto bárbaro”, les contó a los periodistas Berasategui y
Feito. “No hay otra categoría que llegue tanto al público como el TC”, les
agregó.
Las mujeres, también
Virginia Elizalde era una de las
bellas y audaces modelos de los años 90. Se caracterizaba por sus presencias en
actividades deportivas, muchas de ellas de alto riesgo. Pero su experiencia en
el TC posiblemente no la olvidará jamás. Fue cuando en el Gálvez acompañó al
Pato Osvaldo Morresi (fallecido el 27 de marzo de 1994 en un accidente en
competencia, en La Plata).
Ni bien se bajó de la máquina corrió al baño.
Algunas mujeres llegaron a
acompañar en la carrera misma. Aunque suene raro, la lista es larga: María del
Carmen Balmaceda fue con Aurelio Martínez; Graciela Nicieza corrió junto a
Roberto Urretavizcaya y José Luis Di Palma; la jocketa Alejandra Doucet fue
copiloto de Roberto Mouras y Miguel Etchegaray.
Delia Borges (en los años 50),
Dora Bavio (’70) y Marisa Panagópulo (‘90) son las tres mujeres que se animaron
a manejar un auto de TC en pista. Hoy en día, el bichito de la velocidad y el
riesgo les pica a muchas otras que sueñan sumarse a ese grupo. Entre ellas está
Violeta Pernice, quien actualmente corre en el Top Race Series y dice que el TC
es su sueño.
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