miércoles, 2 de enero de 2013

EL HARTAZGO



Un texto de Alejandro Duchini
Mónica Nizardo, fundadora de Salvemos al Fútbol, renunció a la lucha contra los barras. Recibí su mail con el anuncio el último fin de semana del año. Al leerlo, recordé las cosas que aprendí a su lado.

Conocí a Mónica Nizardo a mediados de 2007, una tarde en la que estaba solo ante la computadora. Era invierno y armaba una nota. No recuerdo el tema pero sí me acuerdo que encontré la página de Salvemos al Fútbol de casualidad. Era rara: había publicadas crónicas que no aparecían en los medios tradicionales. La mayoría eran denuncias con nombre y apellido. Se notaba bien cojonuda aquella web. Pero lo más sorprendente estaba en que la responsable era una mujer. Como entonces tenía a mi cargo la sección de Deportes de Infobae.com, la contacté. Me respondió enseguida y nos pasamos aquel sábado intercambiando información y opiniones sobre la violencia en el fútbol.

Después la vi personalmente. No hacía falta mucho para darse cuenta de que se trata de alguien diferente, de esas personas cuyos valores no se encuentran tan fácilmente. Tenía un gran sentido de la dignidad, la responsabilidad y la ética que iba más allá de la popular teoría: ella ponía en práctica esas tres cualidades.

Con el tiempo, me contó cómo se había topado con los pesados más pesados de la barra de Newell’s y el presidente del club, Eduardo López. Viajaba a Rosario con dinero de su bolsillo y se encontraba con rosarinos que veían en ella el valor para dejar de murmurar y empezar a levantar la voz. Era una solitaria en medio de tanta mentira de dirigentes deportivos y políticos. Solía acompañarla el ex juez Mariano Bergés. Y de a poco se fueron sumando algunos más; nunca los suficientes. Pero alcanzó para que López debiera irse por la puerta de atrás después de unas elecciones en las que los socios le dieron con los votos una paliza más humillante que las que él mandaba a dar con su mano de obra violenta.

Su afán por la actuación lo materializó con una tragicómica obra de teatro que, no podía ser de otra manera, trataba sobre fútbol. Parte de su sueldo de docente lo invertía en su ideal de un fútbol mejor. De tiempo, ni hablemos. Salvemos al fútbol le demandaba demasiado. Nunca dejó de querer a su Atlanta. Ahí, cuando vio a unos dirigentes negar lo obvio ante un ataque barra brava, había empezado esta historia que decidió terminar este fin de semana, pero cuyo fin se inició mucho antes. El cansancio suele superarnos. Ni hablemos del hartazgo. Una vez me invitó a una cena de dirigentes de Independiente. Fue hace dos años, si mal no recuerdo. Javier Cantero recién lanzaba su candidatura. Ella apoyaba ese proyecto anti violencia que hoy el directivo intenta llevar adelante con las manos atadas por la coyuntura de un fútbol cada vez más político y sucio.

Tal fue la grandeza de Mónica que no tuvo reparos en recibir entre sus filas al padre de Gonzalo Acro, un poderoso barra de River que murió a manos de sus colegas del mismo club. Abrió las puertas de su casa a madres desesperadas por tanta injusticia y oídos sordos; madres cuyos hijos habían muerto por la violencia en este deporte. A todas les brindó un espacio para que hagan catarsis. A muchas las conocí también personalmente. Crean que todas me enseñaron algo. Nora de Rousoulis, cuyo hijo fue asesinado por barras de River, y cuyo crimen también quedó impune, fue una. Ni hablar de Liliana García, a quien conocía desde antes gracias al periodismo. Ella también se unió a la lucha de Salvemos al Fútbol, entidad en la que hoy ocupa la presidencia.

La partida de Mónica era de esperar. No se puede vivir tanto tiempo para una causa perdida. Me queda de todos modos la alegría de considerarme su amigo. El recuerdo de aquellos mates que tomamos en su casa mientras nos reíamos por cualquier cosa o de los insultos que largábamos mientras me contaba con nombre y apellido quiénes eran los impunes barras avalados por políticos. Prefiero rescatar su amistad. Conformarme con saber que es de esa clase de personas a las que podés llamar a las tres de la mañana para pedirle una mano y sabés que te ayudará. A veces, la gente que vale también se cansa.

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