Un texto de Alejandro Duchini
Mónica Nizardo, fundadora de Salvemos al Fútbol, renunció a la lucha contra los barras. Recibí su mail con el anuncio el último fin de semana del año. Al leerlo, recordé las cosas que aprendí a su lado.
Conocí a Mónica Nizardo a
mediados de 2007, una tarde en la que estaba solo ante la computadora. Era
invierno y armaba una nota. No recuerdo el tema pero sí me acuerdo que encontré
la página de Salvemos al Fútbol de casualidad. Era rara: había publicadas crónicas que no aparecían en los medios tradicionales. La mayoría eran denuncias con
nombre y apellido. Se notaba bien cojonuda aquella web. Pero lo más
sorprendente estaba en que la responsable era una mujer. Como entonces tenía a
mi cargo la sección de Deportes de Infobae.com, la contacté. Me respondió
enseguida y nos pasamos aquel sábado intercambiando información y opiniones
sobre la violencia en el fútbol.
Después la vi personalmente.
No hacía falta mucho para darse cuenta de que se trata de alguien diferente, de
esas personas cuyos valores no se encuentran tan fácilmente. Tenía un gran
sentido de la dignidad, la responsabilidad y la ética que iba más allá de la
popular teoría: ella ponía en práctica esas tres cualidades.
Con el tiempo, me contó cómo se
había topado con los pesados más pesados de la barra de Newell’s y el
presidente del club, Eduardo López. Viajaba a Rosario con dinero de su bolsillo
y se encontraba con rosarinos que veían en ella el valor para dejar de murmurar
y empezar a levantar la voz. Era una solitaria en medio de tanta mentira de
dirigentes deportivos y políticos. Solía acompañarla el ex juez Mariano Bergés.
Y de a poco se fueron sumando algunos más; nunca los suficientes. Pero alcanzó
para que López debiera irse por la puerta de atrás después de unas elecciones
en las que los socios le dieron con los votos una paliza más humillante que las
que él mandaba a dar con su mano de obra violenta.
Su afán por la actuación lo
materializó con una tragicómica obra de teatro que, no podía ser de otra
manera, trataba sobre fútbol. Parte de su sueldo de docente lo invertía en su
ideal de un fútbol mejor. De tiempo, ni hablemos. Salvemos al fútbol le
demandaba demasiado. Nunca dejó de querer a su Atlanta. Ahí, cuando vio a unos
dirigentes negar lo obvio ante un ataque barra brava, había empezado esta
historia que decidió terminar este fin de semana, pero cuyo fin se inició mucho
antes. El cansancio suele superarnos. Ni hablemos del hartazgo. Una vez me
invitó a una cena de dirigentes de Independiente. Fue hace dos años, si mal no
recuerdo. Javier Cantero recién lanzaba su candidatura. Ella apoyaba ese
proyecto anti violencia que hoy el directivo intenta llevar adelante con las
manos atadas por la coyuntura de un fútbol cada vez más político y sucio.
Tal fue la grandeza de Mónica
que no tuvo reparos en recibir entre sus filas al padre de Gonzalo Acro, un poderoso
barra de River que murió a manos de sus colegas del mismo club. Abrió las
puertas de su casa a madres desesperadas por tanta injusticia y oídos sordos;
madres cuyos hijos habían muerto por la violencia en este deporte. A todas
les brindó un espacio para que hagan catarsis. A muchas las
conocí también personalmente. Crean que todas me enseñaron algo. Nora de
Rousoulis, cuyo hijo fue asesinado por barras de River, y cuyo crimen también
quedó impune, fue una. Ni hablar de Liliana García, a quien conocía
desde antes gracias al periodismo. Ella también se unió a la lucha de Salvemos
al Fútbol, entidad en la que hoy ocupa la presidencia.
La partida de Mónica era de
esperar. No se puede vivir tanto tiempo para una causa perdida. Me queda de
todos modos la alegría de considerarme su amigo. El recuerdo de aquellos mates que tomamos
en su casa mientras nos reíamos por cualquier cosa o de los insultos que largábamos
mientras me contaba con nombre y apellido quiénes eran los impunes barras
avalados por políticos. Prefiero rescatar su amistad. Conformarme con saber que
es de esa clase de personas a las que podés llamar a las tres de la mañana para
pedirle una mano y sabés que te ayudará. A veces, la gente que vale también
se cansa.
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