Un texto de Alejandro Ansaldi
Extrañamente, en el fútbol argentino, los
valores se invierten. Quizá como en ningún otro ámbito de nuestra vida
cotidiana, en el deporte más popular, lo malo se convierte en bueno, lo
repudiable en digno del aplauso y así. Aunque cueste creerlo, el piola, el más
vivo, el que la tiene más grande es aquel que se jacta de ello. Y si esto
tuviéramos que explicárselo a algún extranjero que esté de paso por nuestros
pagos, se nos complicaría el asunto hasta quedar haciendo un triste papel.
“Soy el técnico más grande la historia”, dijo
Ramón Díaz el día que lo volvieron a presentar como DT de River, para alegría
de un gran número de hinchas millonarios. Y la frase lo pintó de cuerpo entero
al pícaro riojano quien, con su hábil manejo frente a los medios, dejó en
ridículo a su presentador Daniel Passarella –presidente del club de Núñez y
ahora amigo nuevamente por conveniencia del Pelado-. Al dirigente se lo vio, en
aquella conferencia de prensa, nervioso, inseguro, inquieto. Es decir, se lo
vio a la inversa que a Ramón. Y seguramente se merezca eso y mucho más el
Káiser por su patético desempeño al frente del gigante rojo y blanco, pero el
contrapunto fue tremendo.
Ocurrió que el entrenador, una vez que el
titular del club caído en desgracia increíblemente desapareció de escena, se
despachó con un sin fin de frases grandilocuentes, llenas de ego, desprovistas
de cualquier tipo de modestias y pudores. ``Yo, yo, yo, los hincha ya me
conocen, saben como pienso, muchos pibes ya me llamaron, quieren volver a
River``, dijo una y otra… Y los hinchas, la mayoría de quienes lo idolatran por
sus viejos logros, lo aplaudieron de pie. Ellos lo querían a Ramón y ahora lo
tienen a Ramón.
Pero ni ellos ni el resto de los hinchas del
fútbol criollo, seguidores de otros colores, se detuvieron a analizar la
soberbia de las palabras del técnico como algo negativo sino todo lo contrario.
La mayoría río con sus ocurrencias, festejó sus palabras altisonantes y murmuró
un ``que capo Ramón``. Es cierto, River tiene que creérsela, pero tal vez ese
no sea el mejor camino.
Difícil de explicárselo a un extranjero o a
cualquier persona ajena al insólito mundo de la pelota.
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