Este es el título del libro que acaba de
publicar Editorial Planeta con textos de Osvaldo Soriano que fueron
seleccionados por Ángel Berlanga. Son 41 artículos que a los fanáticos suyos
nos hace sentir que está vivo.
Lo bueno de un material así es que, a falta ya
para siempre de sus novelas, aparecen lecturas que nos recrean su escritura y
nos hacen sentir lo bueno que fue Soriano ante el teclado. Fue un grande del
relato y su ausencia no se pudo ni se podrá reemplazar. Fallecido en el verano
del 97 –tal vez en su mejor momento de popularidad- dejó una marca increíble
entre los amantes de la buena literatura, de las historias futboleras y de los
personajes masivos.
Hace unos cuantos años ya, cuando yo trabajaba
como editor de Deportes en Infobae.com, escribí
este texto para recordarlo. Intenté aquella vez explicar lo que me pasaba
con sus historias y su falta. Si en aquel entonces sentía algo de tristeza a
los diez años de su fallecimiento, hoy siento que –como contrapartida- la
aparición de un nuevo libro de él se me antoja una buena noticia.
Estos artículos refieren a un tiempo que tiende
a desdibujarse; muestran una época en la que se podía hacer periodismo
magistralmente escrito. Hoy, cuando la urgencia tapa todo y obliga al texto
corto, apenas nos debemos conformar con tipos que se dicen parte de un boom de
la crónica latinoamericana y se jactan de ser los genios que no son. Por eso
está bueno volver a Soriano. Porque así uno se da cuenta de que no todo es lo
mismo.
Les recomiendo todos los textos, pero entre
ellos el de “Pelé, empresario y banquero…”. O el comentario sobre el libro de
Jorge Santoro “Literatura de la pelota”. Ni que hablar de los de Alí, Tyson y
Locche. O el de Olmedo, con motivo de su muerte, publicado en Página 12: “Nunca se sabrá si
estaba divirtiéndose antes de la última voltereta, pero al fin y al cabo fue
coherente con su vida despreocupada: matarse de esa manera tiene algo de
ridículo y desopilante, como todo lo suyo. Es un broche maestro para alguien
que mezclaba todos los roles de la existencia con un talento inmenso”,
escribió. El de Tato Bores también es genial, como los que habla de Cortázar.
Hay que leerlo. No sólo para sentir que tal vez
Soriano esté un poco menos muerto, sino también para saber cómo era aquella
argentina ochentosa. Por eso desde este portal aplaudimos la idea de republicar
textos del Gordo, como le decían sus amigos.
Si es cierto aquello de que los libros no
muerden, también lo es, en casos como éstos, que hay libros para devorar. Hagan
la prueba. No se van a arrepentir.
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