(Por Alejandro Duchini. En Twitter, @aleduchini)
Decir que Gallego “se iría” de Independiente si el equipo pierde el viernes contra Unión es un abuso del potencial que carece de sentido y no suma. Muchachos: o aseguran que se va o no digan nada.
Decir que Gallego “se iría” de Independiente si el equipo pierde el viernes contra Unión es un abuso del potencial que carece de sentido y no suma. Muchachos: o aseguran que se va o no digan nada.
“Si Independiente pierde el viernes contra Unión,
Américo Rubén Gallego se iría de Independiente”. Eso es lo que informaron los
diarios en las últimas horas y lo que repiten los periodistas televisivos. Lo
cierto es que no hay nada confirmado ni seguro. Y que puede pasar, es obvio. No
hay que ser mago para imaginarlo. Pero decirlo en potencial es una forma de no
jugarse y que, además, no suma nada a la realidad de un club que ya está
descendido. Porque, dicho sea de paso, y por más que uno como hincha quiera que
se quede en Primera, todo indica que la suerte ya está echada.
No es éste el momento de empujar a Gallego para
que se vaya. Al contrario. El tipo se hizo cargo del equipo en un mal momento y
bien merece quedarse (si quiere) y desde el ascenso (si quiere) lograr la
vuelta a Primera el año que viene. Entonces ya será otra historia.
De momento, lo que cuenta es que este descenso
a los infiernos debería servir para tocar fondo y de ahí que sólo quede subir.
El fútbol tanto se parece a la vida.
A Independiente lo vienen destruyendo desde
hace 20 años o un poco más. Después de aquel título de la temporada 88-89,
cuando el técnico era Jorge Solari (¡cuánto pasó, Dios!), ya nada fue lo que
era. Se quebró la mística copera y tampoco se hizo pie en los torneos locales.
Sin Bochini, apenas algunos jugadores brillaron. Y nada más. Se armó un
equipazo en el 94, con Brindisi como técnico, pero duró lo que un suspiro.
Después, aquel gran Rojo de Gallego en el 2002. Como se ve, sólo tres grandes
equipos en veinte años. No es nada. Porque, seamos honestos, el que ganó la Supercopa dirigido por
el Zurdo López fue Deportivo Empate.
En tanto, se fue el Bocha y también hubo crisis
dirigencial. El último gran presidente que tuvo el club fue Pedro Iso. Después
estuvieron Sande, Grondona y una lista nefasta que se termina con Comparada. En
este torbellino, el club se endeudó de manera tremenda y hasta perdió la
cancha. Cantero quiso apagar el incendio y es el que termina quemado. Si bien
estuvo un año y medio al frente de la institución, el descenso no es producto
de ese tiempo sino de décadas de desmanejos. Responsabilizarlo por todo no es
justo.
Cantero heredó una barrabrava que manejaba el
club y que tenía el mote de ser la más violenta de nuestro fútbol. En su lucha
con Bebote Álvarez y sus secuaces, los dirigentes de los más clubes lo dejaron
solo. Demás significa todos. Así no se puede. Obvio. Imaginen a los barras
hinchas de Independiente alegres del descenso pero preparando su violencia para
quitarse un dolor que no sienten.
Descender es tocar fondo y desde ahí ya no
queda otra que salir. Duele, y mucho. Es que en el descenso se pierde algo de
grandeza. En algún punto, la rica historia de Independiente queda con una
mancha que no se quitará más.
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