Te adelantamos el prólogo que Adrián Paenza escribió en “Víctor Hugo. Una historia de coherencia y convicción”, de Julián Capasso, que publica Ediciones Al Arco. El libro estará a la venta a partir
del lunes próximo, 29 de abril.
“Es obvio que hemos disentido muchas veces, la más reciente
y pública es su posición con respecto al campo, pero ¿cómo se me podría ocurrir
que él estaba siendo ‘hablado’ por otro para sostener su postura? ¿Por qué
habría de pensar eso? Solo le decía que mirara hacia los costados y viera
quienes eran sus acompañantes y con eso tendría material para entretenerse: no
importaba lo que yo pensara, importaba quienes eran sus compañeros de ruta, eso
le debería dar la pauta de que estaba cometiendo un error”
Fama o Prestigio.
Hay una diferencia
muy fuerte entre ser conocido y ser respetado, ser conocido o reconocido. O
puesto en otros términos: hay una diferencia muy grande entre ser famoso y ser
prestigioso.
Dejar un testimonio
indeleble, dejar una huella. Conocí a Víctor Hugo en el año 1977, en la cantina
“Don Carlos”, en la esquina de Valentín Gómez y Billinghurst, en pleno barrio
de Almagro en la ciudad de Buenos Aires. Seguramente se habría de jugar un partido
que involucraba a algún equipo uruguayo o a la propia selección. No entiendo
bien por qué, pero recuerdo un hecho extraño: estaba totalmente vestido de
negro. Me acerqué a él, conversamos un rato, y en ese momento le dije que me
gustaría hacer lo posible para traerlo a la Argentina. Nosotros estábamos en
ese momento con Néstor Ibarra, Fernando Niembro y Marcelo Araujo preparando lo
que sería nuestro desembarco en Radio El Mundo primero y Radio Mitre después en
lo que terminaría siendo uno de los programas deportivos de mayor espesor en
los que yo trabajé: Sport 80. Víctor Hugo, como quedará claro luego de leer el
libro, llegó finalmente a la Argentina en 1981, el año de Maradona en Boca. Y
allí comenzó nuestra tarea profesional conjunta y se consolidó nuestra amistad.
Pero esa es otra
historia. Lo que sí importa acá es que cualquier cosa que diga tiene el
sustento de más de 36 años que nos conocemos. Vi nacer a todos sus hijos y a
sus nietos, compartimos infinitos viajes, horas de fútbol, basketball, otros deportes. Cine, teatro,
recitales, cenas. Y dos episodios únicos para mí: mi participación en un Bingo
y una corrida de toros, ambas en España. Más horas con amigos, charlas
larguísimas con testigos, sin testigos, con familias, sin ellas. En las buenas,
malas, las del medio, las de todos los días. Experiencias de vida, en la
profesión y en nuestras vidas ‘no públicas’, para no decir privadasporque creo
que eso ya no existe. En la Argentina, en el Uruguay, en los mundiales, en
distintas ciudades tanto en Europa como en Estados Unidos o en México. Para
resumirlo entonces: hemos ‘vivido’ más de la mitad de nuestras vidas juntos.
Dicho esto, cualquier
cosa que diga sobre él está teñida por el afecto, la distorsión de la cercanía
y el respeto que siempre le tuve, desde que lo escuché por primera vez relatar
a un arquero llamado Carrabs, una pelota que ‘se hundía en la noche como quien
clava un puñal’ y anunciar con su famoso ‘ta-ta-ta’ el gol que habría de llegar
o el ‘no quieran saber, no le pregunten a nadie el gol que se ha perdido
Carrasco’.
Advertido está usted
entonces. Pero al mismo tiempo, cualquier cosa que diga también, tiene un valor
agregado: salvo su familia más cercana (Beatriz, Paula, Matías, Camila y su tía
Gladys), sus dos hermanos (José Pedro y Dumas) y sus dos amigos de Cardona
(Beto y Heber), nadie compartió tantas horas con él como yo. Puedo decir
tranquilo: yo, a Víctor Hugo lo conozco bien. Somos amigos. Somos muy amigos.
Pocas cosas extraño más en mi vida que nuestras interminables charlas y
discusiones sobre la visión del mundo que cada uno tiene en ese momento, cuando
discutimos sobre ideas que queremos testear con el otro. Tanto él como yo
terminamos con una lapicera anotando en un papel cualquiera, mientras hablamos,
para no olvidarnos de tal o cual tema. Como si el tiempo nunca alcanzara, esa
sensación de que ‘espero que esto no se termine’. Son pocos los momentos de
silencio. Llegan después, cuando nos separamos. Alguna vez me dijo Tití
Fernández que se sentía incómodo porque cuando estábamos todos juntos en la
mesa, los demás sentían como que “no hay nada más alrededor de ustedes: todo
empieza y termina en ustedes dos”. O Alberto Kornblihtt que nos dijo no hace
mucho: “cuando hablo con ustedes, parecen los sobrinos del Pato Donald: uno
empieza una frase y el otro la termina”.
¿Por qué habría de
decir todo esto? ¿Por qué no escribir libremente el prólogo de un libro que
habla de Víctor Hugo? Tengo ganas de decir mucho, las ideas se me arremolinan
buscando una salida, pero solo doy abasto para escribir de a una por vez. Y
tengo miedo de olvidarme de otras que ven como su tiempo pareciera no llegar
nunca. ¿Por qué no puedo disfrutar de este momento?
Es que siento que en
esta coyuntura, pareciera como que tengo escribir en defensa de Víctor Hugo.
Pero, ¿defenderlo de qué? ¿de quiénes?
¿Cómo hablar del
legado que deja un individuo? La abrumadora mayoría de las personas que habitan
este mundo, una vez que desaparecen físicamente, dejan memorias en un pequeño
grupo: sus familias, sus amigos. No son menos intensos por ser unos pocos,
ciertamente, pero su impacto tiene pocos receptores. En todo caso, torcieron o
modificaron la vida de las personas que alcanzaron a tocar. Sí, ¿pero cuántos
son? Y mientras usted lee esto, no lo tome en forma peyorativa: al contrario.
Es una lástima que gente que tiene y tuvo muchísimo que aportar, no pudo hacer
que su mensaje llegara en forma masiva, porque no tuvo o bien los medios o bien
la exposición que merecían sus ideas. El mundo está lleno de ellos.
Pero hay un
reducidísimo grupo de personas que tienen la posibilidad de llegar con su
mensaje en forma cotidiana, consistente y muy amplia. Cuando Víctor Hugo
relataba en el Uruguay, y estoy hablando de la década del 70, la promoción de
su programa decía: “Víctor Hugo y el ‘eco’ de todo un país”. ¿El ‘eco’? ¿Qué
‘eco’? Respuesta: uno podía ir a la cancha (el Estadio Centenario de Montevideo
en donde se juegan y jugaron los partidos más importantes del fútbol uruguayo)
sin llevar una radio portátil. El relato de Víctor Hugo se escuchaba igual,
como si se propalara por los altoparlantes del estadio. Ese poder de
penetración tiene Víctor Hugo desde hace ¡40 años!
Pero esto no sería
suficiente. En todo caso, lo pondría en el lugar de alguien que estuve
transmitiendo fútbol durante mucho tiempo. Y listo. Pero no, ¿por qué habría de
hacerse tan popular? ¿Qué habrá tenido este muchacho nacido en un pequeño
pueblito uruguayo para tener esa cantidad de seguidores? La radio es
implacable: no hay imagen, no hay lenguaje corporal. Es pura fantasía. Es la
relación intensa entre el que habla y el que escucha. Y si bien uno sospecha
que el que habla es siempre el mismo, en realidad, el que habla es distinto
para cada persona que escucha. Cada persona imagina que quien habla es alguien
que le está hablando privadamente a él/ella. Y mantienen una conexión en algún
lugar privado, como si se relacionaran en forma extraña. Es una relación que
aparenta ser unidireccional, pero no es así. Uno mantiene diálogos silenciosos
con el que habla. Le cree… o no. Lo ubica en un lugar preferencial, si es que
lo sigue cotidianamente. Y tal como en una religión, como los seguidores fieles
a alguien que predica, que habla… empiezan a vibrar en la misma longitud de
onda, unidos sutilmente por un hilo que va y vuelve, o al menos es lo que uno
se imagina.....
Como yo comenté
muchos partidos al lado de Víctor Hugo, puedo hablar no sólo de su dialéctica
impecable, de su perfecta dicción, de un uso totalmente inédito del
vocabulario, de la precisión en sus descripciones a una velocidad asombrosa,
sino del encanto con el que es capaz de contar una historia, de su sensibilidad
para advertir donde se encuentran alojados los puntos sutiles que él habrá de
exponer. Cada historia tiene una excusa ligada con un hecho que se está
produciendo y que se supone que el relator, narra. Pero el Víctor Hugo relator
sabe que está hablando por radio y que quien escucha no ve el objeto del
relato, sino que implica un acto de imaginación. Y entonces, él, que sí es
testigo, va contando, y quien está del otro lado, se deja seducir por sus
palabras. Y cada persona va viviendo una historia diferente, millones de
historias originadas en una sola que ni siquiera existe como tal.
Pero se transformó
primero, en ‘el eco de todo un país’, después desafió sin proponérselo a un
mito viviente como era José María Muñoz, y también lo destronó. Le jugó de
visitante, y le robó lo más preciado que tenía: el público. Víctor Hugo se hizo
creíble, porque su historia tuvo siempre un costado social. Nunca fue fácil, no
dobló las rodillas ni titubeó frente al poder. En el Uruguay, donde todo se
reduce a Nacional y Peñarol, se permitió el lujo de seguir la campaña de
Defensor, el mismo año en que intuyó como ninguno que sería campeón y que
escondía una historia que merecía ser contada. Y la sintió como propia, porque
lo fue. Y es el día de hoy en que esa historia es su historia, una historia que
lo marcaría para siempre: no importaron ni Peñarol ni Nacional, ni la supuesta
audiencia que perdería por seguir a Defensor. Pero lo que sí estaba en juego
era su credibilidad. Y la defendió de la única manera que valía: siguiendo a
Defensor a todos lados.
Y la gente no es
tonta. Ese mismo público vio también como los dirigentes del fútbol le
prohibieron la entrada a la cancha y poco menos que lo condenaban al ostracismo
profesional. Y en algún momento, ese niño rebelde que no quería escuchar,
terminó preso.
Y la historia se
repitió en la Argentina. Siempre discutiéndole al poder, a quienes se creían
los dueños de ese poder. Y tal como sucedió con Defensor en el Uruguay, hubo
varios equivalentes en nuestro país. Por eso siguió las campañas de Ferrocarril
Oeste y de Estudiantes de la Plata y de Argentinos Juniors. O las de Vélez.
Víctor Hugo fue y será siempre muy popular y comprenderá siempre a los que no
tienen el dinero suficiente para pagar el cable y poder ver fútbol por
televisión. Entenderá siempre a quienes tienen un vino de más o al que hace una
cola de un día (con noche incluída) para conseguir una entrada y ver el Ríver y
Boca, o el Gimnasia – Estudiantes o el Newell’s –Central (por poner algunos
ejemplos) desde lo más alto de la tribuna, allí arriba... donde ‘te sangra la
nariz’. Eso sí: deplorará siempre a quienes llaman a un dirigente por teléfono para
conseguir una platea o entrada ‘de favor’, para sentarse en un palco
privilegiado casi tan cerca de la cancha como para escuchar lo que allí se
dice. Y son justamente esas personas las únicas que pudiéndolo pagar, lo piden
como una gracia. Siempre fue sensible a esa diferencia y siempre jugó a favor
de la gente. De la misma forma en que siempre deplorará que no paguemos los
impuestos aquellos que sí podemos y que sí debemos, porque en definitiva, si no
pagamos nosotros, entonces, ¿quién paga?
La gente no es tonta
y percibe el color de la camiseta que lleva puesta cada persona pública. Con
una exposición mediática de varias horas por día, uno puede fingir durante un
cierto tiempo. Al final, no hay más remedio que exhibir los verdaderos colores.
Seguro que cometió errores de apreciación, pero es también casi seguro que
fueron eso, errores como los que tiene usted que ahora está leyendo estas
líneas, o que tengo yo que soy quien las escribe. Pero nadie podrá nunca decir
que le pagó a Víctor Hugo para que él dijera lo que no pensaba.
Un día salíamos del
cine con él y con Beatriz, su compañera de toda la vida, después de ver la
película ‘Detrás de las Noticias’. Allí se cuestionaba la ética de un notero
que aspiraba a ser el conductor de un noticiero en el que trabajaba
diariamente. Este periodista había violado las normas elementales de respeto a
la profesión cuando apareció llorando en cámara emocionado frente a lo que
estaba diciendo una mujer a quien le habían asesinado un hijo (creo que esa fue
la razón, pero si no fue esa, a los efectos de esta historia es irrelevante).
La propia productora de ese noticiero, advirtió después que si el periodista
había ido a hacer la nota con la madre con una sola cámara, cómo podría ser que
quien filmaba hubiera podido registrar que le caía esa lágrima por la mejilla
mientras la mujer relataba su pesadilla. Allí descubrió que había sido un
truco, y que en realidad, el notero se había hecho filmar después de terminada
la entrevista, llorando como un actor y que luego la habían editado en la isla
de postproducción. Y lo increpa y le dice: ‘Vos no tenés ética’. El respondió:
“la ética es una línea que uno ya no sabe donde está.... Es que la corren
tanto....”.
Así fue que salimos
del cine y después de discutir largo rato sobre lo que habíamos visto,
concluímos en algo que me quedó para siempre: “puede que uno, frente a un
micrófono, no diga todo lo que piensa. A eso, estamos expuestos todos los
periodistas. Pero lo que nunca estaríamos dispuestos a hacer, es a decir lo que
no pensamos’. Ese fue el resumen. Y eso también resume un poco lo que es Víctor
Hugo.
Peleó contra Clarín y
contra Grondona. Y contra Torneos y Competencias. Es decir: peleó con balas de
cebita frente al equivalente de la Armada Inglesa. Les peleó todos los días,
desde todos los frentes. Lo quisieron comprar de todas las formas posibles. Yo
fui testigo de la charla que tuvo con Carlos Avila en su momento, quien lo
quería contratar genuinamente. En definitiva, no arreglaron, pero mientras
Avila lo quería para ponerlo al frente de su enorme batallón de periodistas,
quienes estaban detrás de él, detrás de Avila, querían otra cosa: querían
traerlo para ese lado, callarlo, co-optarlo, domarlo. Por eso –creo- que Avila
no fue responsable. Avila fue una suerte de emisario, formal o imaginado, pero
fue alguien enviado para una misión que –finalmente- resultó imposible. Víctor
Hugo nunca se arrepintió de no haber arreglado, y como tantas otras veces, el
dinero que rechazó delante mío, hubiera resuelto el problema económico de su
vida para siempre. Pero dijo que no.
Quisieron, pero no
pudieron. Si era tan fácil comprarlo, ¿por qué no pudieron? Aunque parezca
extraño, quiero recalcar una vez más que no pudieron porque si bien el dinero
siempre es un factor en la vida profesional de cualquier persona, ciertamente
no fue el único en su caso. Víctor Hugo quería ser independiente. No quería que
cualquiera fuera el contrato que firmara, terminara sirviendo para ceder o
hipotecar su libertad. O mejor dicho, su ‘tiempo’.
Claro que Víctor Hugo
tiene y tuvo siempre una remuneración por encima de todo lo que cobraron todos
los otros periodistas. Todos. Me acuerdo que mi viejo, cuando lo trajimos a
Víctor Hugo desde el Uruguay, y le dijimos en el living de su casa que “tener a
Víctor Hugo era algo así como tener a la Coca-Cola”, y mi padre - que no sabía
quien era nuestro amigo ‘uruguayo’ en ese momento-nos dijo a Ibarra, Araujo,
Niembro a mí: “si ustedes están tan seguros que tienen la fórmula de la
Coca-Cola, ¿por qué se la van a regalar a Julio Moyano y a Radio Mitre? Háganse
socios ustedes, no vendan la exclusividad de la fórmula por unos pocos
dólares”.
Ninguno de nosotros
vio ese negocio, ni vio a Víctor Hugo como un negocio. Nosotros queríamos
traerlo a la Argentina y trabajar junto con él, hacer del fútbol por radio lo
que nosotros habíamos fantaseado durante años. Y decía lo del contrato porque
finalmente Moyano–director de Radio Mitre- arregló con Víctor Hugo un dinero,
exactamente equivalente al de nosotros cuatro sumados: Ibarra, Niembro, Araujo
y yo. Es decir, terminó pagando dos contratos iguales. Y vaya si Víctor Hugo se
lo devolvió.
Pero escribí todo
esto, como para que se entienda desde donde venimos. Todos nosotros estuvimos
más cerca de Grondona que Víctor Hugo. Mejor dicho, nosotros todos tuvimos
relación con Grondona, Víctor Hugo no. Nunca quiso. Nunca le gustó. Y hasta el
momento en que me insultó en el mundial del 94 por el tema Maradona, yo también
estuve más cerca de él. Y los tres (Araujo, Niembro y yo) trabajamos durante
mucho tiempo en Torneos y Competencias. Es decir, la única relación de Víctor
Hugo con el ‘poder’, o con el establishment, fue su conexión con El Gráfico.
Pero también él advirtió que ese no era el sitio indicado para llevar adelante
su tarea profesional. Editorial Atlántida fue su punto débil. El sabe que allí
no debió haber trabajado. Fue un matrimonio por conveniencia. Ninguno de los
Vigil, ni Aníbal ni Constancio pudieron ganarlo para ellos de la misma forma
que habían co-optado al ‘gordo’ Muñoz en su momento. Pero, afortunadamente para
él, logró salir de ese ‘nido’ y se abroqueló en su individualidad.
Víctor Hugo fue
siempre independiente, y se ocupó muy claramente de establecerlo en cada una de
sus relaciones profesionales. Y cuando Ricardo Gangeme lo tentó con una
cantidad de dinero obsceno para que dejara Radio Mitre y se fuera a Radio
Argentina (sí, ¡Radio Argentina!) justo en el año 1986, año del mundial de
México, año en el que la Argentina terminaría ganando con el famoso gol de
Maradona a Inglaterra, antes de aceptar la oferta, le puso como condición que
nos ofreciera a todos los integrantes del equipo de Radio Mitre un contrato
equivalente o mejor que el que teníamos para llevarnos a todos a Radio
Argentina también. Piense de nuevo lo que acaba de leer: la condición sine qua
non para que Víctor Hugo cambiara de radio, era que Ricardo Gangeme, el dueño
de Radio Argentina tenía que ofrecerle a cada uno de los integrantes del equipo
de Víctor Hugo en Radio Mitre (30 personas) un contrato equivalente o mejor que
el que cada uno tenía en Radio Mitre.
Muchos no aceptaron
(entre otros Niembro, Ibarra, Araujo, Lujambio). Muchos sí aceptamos, y nos
fuimos con él. Si Gangeme no hubiera extendido una oferta a todos los
periodistas que trabajábamos con él, no lo habría escuchado, y hubiera dejado
sobre la mesa lo que él mismo me definió con una imagen: “Adrián, me ofreció
una cantidad de dinero que en lugar de contarla habría que pesarla”.
Como era esperable,
Victor Hugo tardó poco tiempo en conocer a Gangeme también, discutió con él por
incumplir con quienes eran sus compañeros en ese momento y terminó su relación
y se fue a Radio Continental.
Víctor Hugo se negó
sistemática e históricamente a participar en ninguna actividad farandulerao que
le quitara su bien más preciado: su tiempo. Fuimos (y aún somos) capaces de
quedarnos cinco o seis horas hablando, en larguísimas sobremesas. Difícilmente
ocupen algún espacio las vidas de otras personas. Sí las ideas. O los viajes.
Esa es la mejor forma de Víctor Hugo para ocupar su tiempo.
Abrumado por sus
dificultades con la tecnología, lo confunden los MP3, los PDF y las“www”, aún
hoy se niega a tener un teléfono celular. Su domingo ideal lo llevaría a hacer
su programa de música clásica a las 9 de la mañana, saltar al Colón para ver
alguna ópera al mediodía, salir de apuro para transmitir un Ríver y Boca, o –si
lo merecieran- un Deportivo Español y Ferro, apurar a Beatriz para que le cebe
un mate en el auto cuando, juntos salen para ir al cine a ver alguna película
francesa (o argentina, es irrelevante), para después terminar haciendo, a las
11 de la noche, su queridísimo “Bajada de Línea”.
Y todo esto,
mezclando lo popular con lo más fino de la cultura. Hablando con el
mediocampista de All Boys, con la misma pasión con la que se encontró con
Pavarotti o Plácido Domingo. Y como en cada reportaje, siempre intentando no
ponerse él en el centro de la escena y evitando poner incómodo a su
entrevistado, sin por ello perder firmeza en sus convicciones.
Claro que disentimos.
Y mucho. Dos temas puntuales: el boxeo y el campo. El boxeo merece ser tratado
en otro contexto. El ‘tema del campo’, no. Discutimos mucho. Mucho. Una noche
en particular en un restaurant cerca de la casa de él, junto con Beatriz, Alberto
(Kornblihtt) y su mujer Etel. Esa noche resultó ser maravillosa, porque
Alberto, quien es también muy amigo mío, advirtió que la relación que tenemos
es tan profunda que tolera que tuviéramos posiciones tan antipodales, y que no
nos hubiéramos faltado el respeto ni una sola vez en más de cuatro horas de
charla. Y ninguno de los dos cedió en su posición. No tuve yo los suficientes
argumentos en ese momento para convencerlo de lo que yo creía que estaba
equivocado. No me alcanzó.
Cuando comenzó a
advertir que los socios que tenía en el camino no eran sus habituales
compañeros de ruta, empezó a dudar. Y hubo más discusiones, más pirotecnia
verbal. Yo había visto a Néstor Kirchner varias veces y siempre le quedó claro
que yo no lo había votado. Y yo, que me fui haciendo ‘kirchnerista’ con el
tiempo, traté de explicarle a Víctor Hugo que ‘esta gente ’está haciendo lo que
nosotros hubiéramos querido que hicieran todos los que lo antecedieron, solo
que ellos nunca lo prometieron. Lo hacían porque querían hacerlo, porque
estaban convencidos. Y la prueba de fuego llegaría pronto: ¿qué habría de pasar
con Clarín? ¿Qué habría de pasar con la codificación del fútbol? ¿qué habría de
pasar con la Ley de Medios? Esa era la madre de todas las batallas.
Eso fue suficiente.
Su larga lucha, parecía tener ahora intérpretes con poder. El mismo Kirchner
que les había prolongado la licencia por diez años más, esta vez parecía
decidido a decir que no. Seguramente habrá contado sus soldaditos y habrá
advertido (Kirchner digo) que ese era el momento justo para entablar la batalla
final contra el monopolio de la información. O el oligopolio, si usted
prefiere. Y eso fue también lo que lo terminó seduciendo a Víctor Hugo, mucho
más allá de la llamada telefónica tan puntual que el propio Kirchner le hizo a
Víctor Hugo a Radio Continental para explicarle lo que había hecho con esos
‘famosos’ dos millones de dólares.
Fue una muestra de
respeto. Víctor Hugo me dijo que se sintió abrumado e incómodo por haber
opinado públicamente sin haber tenido los suficientes datos. Y se corrigió. Las
condiciones de contorno estaban cambiando, o habían cambiado, y él estaba
dispuesto a revisar su posición. Fueron momentos muy intensos y muy
dignificantes. Ver una persona envuelta en sus propias contradicciones. Está
claro que le hubiera sido mucho más fácil seguir con su posición inicial. ¿Por
qué no? ¿Qué podría cambiar en la vida de él? ¿Por qué tener que enfrentarse
con lo que él sabía que serían sus nuevos acusadores pero viejos ‘enemigos
intelectuales e ideológicos’ de toda la vida?
Es que Víctor Hugo
entendió que debía emprender el camino de retorno y reencontrarse con él mismo.
Y lo hizo, en una demostración extraordinaria de coraje intelectual y de
compromiso con lo que él creía que eran sus verdaderas convicciones. Y comenzó
a virar y explicar con su lógica implacable cada movimiento que dio, cada
cambio que hizo. Y mientras usted lee todo esto, no se le escapa que una cosa
es hacer una revisión y/o introspección en la soledad de un cuarto, y después
compartirlo con su mujer/marido, hijos y familiares. Otra –muy distinta- es
tener que hacerlo en forma pública. Pero lo hizo.
Su capacidad
reflexiva, su habilidad para ligar situaciones e interpretar la realidad lo han
transformado en líder de un sector mayoritario de la opinión pública argentina
en esta primera parte del siglo XXI. Creo que de esa forma será reconocido por
los libros de historia que evoquen lo que pasaba/pasa en esta época. Víctor
Hugo se ha ubicado como el defensor de los más necesitados, de los sin voz, de
los que nunca tuvieron decodificador en su vida. Víctor Hugo los representa a
todos. Y nos hace mejores a todos. El, de alguna forma, se ha transformado en
el decodificador de las grandes mayorías. A él lo escuchan por eso.
El libro servirá como
un recorrido imprescindible para entender a uno de los mecenas de este siglo,
aquél que elevó la barra de la ética profesional a una altura en donde el
oxígeno que allí circula ha sido respirado por pocas personas en la historia
del periodismo en la Argentina.
Por supuesto, no
quiero decir y espero que no quede así que todas sus opiniones son las mejores
o las únicas, porque no sólo no lo pienso sino que no creo eso de nadie, ni de
Víctor Hugo ni de ninguna persona. Lo que sí puedo decir, es que es capaz de
provocar con su capacidad para comunicar, para decir lo que piensa y provocar
al que escucha a decidir si está de acuerdo o no, a formarse una opinión, a
entender un poco mejor de qué se trata… Yo disfruto de proponer temas de discusión
en nuestros encuentros, porque siento que me educo mientras charlamos, pero no
porque él me diga algo que él sabe y yo no, sino porque usualmente discutimos
sobre algo que ninguno de los dos sabe y nos hace bien mirarlo desde distintas
ópticas, jugando distintos roles, haciendo de ‘abogados del diablo’si es
necesario.
Ahora le toca a
usted. Ahora viene el libro de Julián Capasso. Solamente usted sabrá qué partes
de él le interesarán a usted. Lo que me interesó a mí, quizás no sea atractivo
para usted, y viceversa. Por lo tanto, se harán tantas lecturas como personas
lo recorran. Estoy seguro que el propio Víctor Hugo discutirá con él mismo
mientras lo vea, se peleará con él mismo por haber dicho lo que dijo en algún
momento, pero… en todo caso, ¿quién no? ¿O acaso usted estaría de acuerdo en
repetir todo lo que dijo en su vida? ¿Mantendría la misma posición en todos los
temas controversiales o binarios con los que se enfrentó en su vida?
Aunque sea nada más
que por eso, vale la pena leer el libro que sigue, para entender un poco más,
con algunas pinceladas que fotografían una pequeña parte de la vida de uno de
los héroes de nuestra era".
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